Conmemoración del trigésimo primer aniversario del magnicidio de mi padre Bernardo Jaramillo Ossa (Manizales 2-sep-55 / Bogotá 22-mar-90)
Por:
Bernardo Jaramillo Zapata
Cuando se cumplen 31 años del vil
asesinato de Bernardo Jaramillo Ossa, mi padre, cometido el jueves 22 de marzo
de 1990 – aún lo recuerdo como si hubiera sido ayer – quien fuera senador
electo por el departamento de Antioquia y candidato presidencial para la fecha
de los hechos; me pregunto: ¿si su pensamiento y anhelo de una Colombia en paz
y dignificada por la grandeza de su gente se ha materializado?, ¿si persiste en
el imaginario de los colombianos la construcción de una sociedad diferente y
más justa?, que no fuera indiferente a las necesidades de las grandes mayorías
y al desarrollo de todo un país, donde se respetara siempre la propiedad y
honra de cada persona, pero cumpliendo al mismo tiempo la materialización de
todos los derechos que nos amparan.
Hoy, en una nueva conmemoración de
esta muerte tan lamentable para todo Colombia, escribo estas letras como un
pequeño homenaje a mi papá justo cuando se cumplen más de tres décadas de su
muerte. Y hablo sobre el hecho de que siempre tendré un dolorcito basal por su
ausencia, así el grueso del duelo se haya superado ya, pues solo queda en mi la
esperanza de que dichos anhelos se materialicen algún día para el bienestar de
TODOS.
También recuerdo un par de anécdotas
pues mi padre era tan humano como chistoso. Entonces este resultó ser un
artículo casi de tragicomedia.
Siempre me dolerá su ausencia. Pero
lo bonito del asunto es como habiendo sido una tragedia familiar, resultó ser
también parte importante de la historia de mi país. Cómo la visión del hombre
político y extraordinario ser humano que fue mi padre, pudo calar tan hondo en
el respaldo de la sociedad y la política del país durante el mismo tiempo.
Mi papá murió el 22 de marzo de 1990
en Bogotá, Colombia, a la edad de 34 años, cuando fungía como Representante a
la Cámara por el departamento de Antioquia y se desempeñaba como candidato
presidencial por la UP y propendía por la unidad patriótica de toda la sociedad
colombiana para encontrar caminos de paz y verdadera democracia.
Yo era un niño de escasos 8 años de
edad cuando asesinaron a mi papá; sin embargo, aún logro recordar nítidamente
su voz, porque era un vozarrón difícil de olvidar; recuerdo su simpleza y a la
vez la autoridad con que nos instruía a mi hermana y a mí, siempre lleno de
amor y buen ejemplo para nosotros; e incluso creo recordar la desmedida pasión
que le ponía a su trabajo, a su forma de vida. Quien terminó convirtiéndose en
un audaz político, desde esa época en la que todavía se encontraba en la zona
del Urabá antioqueño, donde finalmente inició su carrera política, tan corta,
pero a la vez tan colosal y proba. Y la obsesión de contribuir a la solución
política del conflicto que vivía el país; que dicho sea de paso se siguen
afrontando en la actualidad situaciones de amplia complejidad en los factores
económicos, políticos y sociales.
Luego, me ha tocado también
reconstruir la persona e imagen de mi padre por aquellos contemporáneos y
compañeros suyos, quienes terminan por describir más al hombre que al ser
político. Mi madre, quien es oriunda del municipio de Apía (Rda.), recuerda
como estando él a orillas del rio Apía, se quedó extasiado mirándolo y es que
dijo: "qué va a hacer el hombre
cuando se acabe el agua". Le gustaba jugar al futbol, aunque cuentan
que no lo hacía muy bien; caminar con sus amigos de Manizales, andar en grupo y
compartir sus cosas, siempre solidario con la causa ajena, reconociendo en el
otro a su semejante, a su prójimo. Le gustaba escuchar música, los tangos sus
preferidos, además de la salsa y el rock en español. Y acompañaba estos géneros
musicales con aguardiente y baile.
Como lo dije anteriormente, lo que
más disfrutábamos con él era jugar y reírnos, tenía un gran sentido del humor y
“maldadoso”. Cuando venía a visitarnos desde Apartadó o desde Bogotá,
disfrutaba de las historias que tenía para contarnos o de los obsequios que nos
traía, carros de juguete que me enseñaba a manipular. En su época de campaña
presidencial, disfrutaba viéndolo por la televisión, en sus entrevistas y
debates, sabíamos que era una persona importante y querida por la gente del
país. Algunos de esos juguetes que mi papá me dio, ahora los disfrutan mis
hijos, Bernardo quien con mucha propiedad dice que se llama así en honor a su
abuelo paterno y mi niña María Antonia que defiende a su abuelo porque fue un
súper héroe de la esperanza en Colombia. Cosa que, guardando las debidas
proporciones, fue real.
Recuerdo el día en que nos regaló una
foto suya del estudio de la campaña presidencia, con una leyenda que reza: "Con todo cariño y para que no me
olviden. Para mis hijos que tanto quiero. BJO. Bogotá, febrero del 90".
Y exactamente al mes lo mataron.
Treinta y un año después, pienso que,
si bien han cambiado muchas cosas en Colombia, el ambiente político y la
represión contra los procesos alternativos a las costumbres políticas
imperantes en el país se encuentra más enrarecido que nunca, y revisten condiciones
similares a las de los años de mi padre. Situaciones que en su momento lo
cambiaron a él de alguna manera.
A su tiempo, asumió nuevos debates
ideológicos para abrirle paso a escenarios de amplitud y cambios sociales y
políticos requeridos para avanzar hacia una plena democracia. Y aunque estuvo
empeñado en llevar hasta el final la campaña como candidato presidencial por la
izquierda, se planteó la idea de dar el debate ideológico necesario que
permitiera abrir pasos a nuevos movimientos políticos, de mayor amplitud y
pluralista, con visión integracionista latinoamericana. Era ese nuevo
movimiento un proyecto político colombiano que se proyectaba hacía una
propuesta social, ecológica, pacífica y humana.
Creería que, entre los mayores
anhelos de mi papá, estaban la lucha consecuente por la paz; la lucha
consecuente por la democracia, por el pluralismo y la tolerancia; la aspiración
de practicar la política en el estricto sentido de la palabra; y generar
movimientos amplios integrando a todos los estamentos de la sociedad. De manera
particular, el amor a su tierra y a sus gentes, fue lo que lo llevó a no querer
quedarse en el exterior, exiliado, sino permanecer en Colombia para
salvaguardar las luchas de entonces, muy a pesar de condenar su propia
existencia. Su empeño por la justicia social, la soberanía, la lucha por la
vida, el amor al pueblo y su territorio y la apertura democrática en Colombia,
reflejaron su talente en la escena política y social colombiana.
Mi padre decía que hay que fundir
consignas rompiendo el abismo que hay entre la realidad y la imaginación,
dándole un nuevo sentido a la vida, construyendo nuevos espacios para la
alegría, destruyendo los rígidos muros del esquematismo partidista y
haciéndonos ver que tienen igual validez la economía y la risa, la política y
la poesía, el erotismo y la filosofía.
Treinta y un años después del
asesinato de mi padre, insisto, creo que en algo ha cambiado el país, pero le
diría a mi padre que todavía Colombia necesita resolver urgentemente la
tremenda crisis social y política a que ha llegado por el desgobierno de estos
lustros, la violencia irracional generalizada y la injusticia social para con
la mayoría de los compatriotas. Que es la hora en la cual las fuerzas de la
paz, el cambio y la democracia que están presentes en todo el país deben
colocarse al frente para ofrecer a la patria una alternativa real de la
transformación del actual estado de cosas. Creo que la anarquía se ha
recrudecido; el pueblo está completamente abandonado; los desplazamiento son
incontables; los falsos positivos se volvieron recurrentes; la recuperación de
las tierras es un evento insuficiente; el proceso de paz tan anhelado por todos
los colombianos ha sido muy obstaculizado; la presencia militar norteamericana
y las bases de Estados Unidos agota los extremos; las reformas sociales no son
apreciables; la matanza de líderes sociales son una exageración; y el país
ofrece un caos pese al avance tecnológico que existe, y sigue siendo el país
que acoge políticas en perjuicio de sus propios nacionales, sin
condicionamiento alguno.
Y a pesar de que su magnicidio sigue
en la impunidad, diría que en estos años ha habido circunstancias que quizá
sirven para llenarnos de esperanza nuevamente. Esperanzas de cambio y progreso
para la nación; así como el legado que me dejó Bernardo Jaramillo Ossa, un
legado que se concreta en el valor porque estoy convencido que el valor es más
contagioso que todo nuestro miedo y mi papá tuvo mucho valor, ante todo, ante
la vida y ante la muerte; de ahí su célebre frase: “POR LA VIDA, HASTA LA VIDA MISMA”.
La muerte de B.J.O. le causó al país
un tremendo impacto emocional y político. Alrededor de su féretro se reunió el
más grande movimiento de protesta y de ansiedad popular; su muerte oscureció el
panorama nacional y con ella perdió Colombia, porque él mismo era la expresión
de todo lo que debía ser corregido y superado en la política para aproximarse a
lo que ética y estéticamente exige la nueva Colombia y la nueva democracia que
ha ido creciendo. Perdió el campesinado y la clase obrera en general, que quedó
en la completa orfandad al ser asesinado el líder de mayor carisma y
popularidad en el momento. Perdió la niñez y la juventud, porque buscar en la
juventud de mi padre es encontrar un hilo conductor que nunca lo abandonaría;
todo en él era fresco, no tuvo tiempo de ser viejo, de tener otros estilos, de
inaugurar formas de ser diferente, de ser frio o de manejar en detalle el
cálculo político. Perdió su familia, sus dos hijos, sus amigos, sus camaradas,
sus compañeros y sus seguidores, porque él pudo desarrollar y ampliar su
pensamiento político como se dice, por el marxismo, pero fermentado en las
barras de amigos de toda condición, frente a una copa de aguardiente, vivando
la alegría y cantándole a la vida, enamorando corazones, madreando en las
fiestas juveniles, en las cantinas de Urabá con los obreros o incluso en el
recinto del Congreso de la República ante los honorables parlamentarios y la
opinión pública.
En conclusión, Colombia perdió una
mente abierta y brillante, un ser humano con el cual iba a prevalecer el
beneficio colectivo; con su asesinato nos arrebataron la oportunidad de un
cambio social, de una renovación política y, a su vez, asesinaron también la
lucha incansable por la paz, la democracia, el diálogo, la libertad, la
valentía y el cambio.
A la final…todos perdimos; perdimos
todos.
Si algo queda de mi papá, ojalá,
además de su recuerdo entre las masas y los ciudadanos de ahora, sea su
espíritu libertario (dotado de razón), el cual me inspira a hacerle este
pequeño homenaje justo cuando se cumplen 31 años de su muerte.
Gracias por leerme,
Bernardo Jaramillo Zapata
Ingeniero y Abogado Profesional,
Especialista en Derecho, Ciudadano Independiente | Freelance Writer, Editor.
Lugar de Residencia | Pereira,
Colombia
Email: comunicacioneslibre@gmail.com
Fecha de Publicación: 22-mar-2021.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario