Realmente le doy vueltas y vueltas al asunto, y francamente lo que más me sorprende son los silencios, no puedo precisar de que tipo, tampoco de donde provienen, como pueden llegar a justificarse o legitimarse: miedo(s)?; desconocimientos (s)?, indiferencia(s)?; agradecimientos máximos?; compromisos irrompibles?; credibilidad desmedida e incondicional????... tantas cosas que desconozco y que ameritan estudios complejos y completos quizá tan solo como lo decía el maestro Iván David Ortiz Palacios, para pefilar la (s) pregunta(s) y continuar investigando.
Ante tantas dudas, solo se me ocurre citar a Carlo Emilio Gadda y su novela " Aprendizaje del dolor", 1963, Barcelona: Seix Barral.
"Nadie ha conocido la lenta palidez de la negación.
Añas escollaradas de filigrana o de ámbar, cluecas escarlatas entre los niños: ojos y rizos de niños en los jardines serenos. Y holgazanes de marca arrellenados en sus sitiales donde, en dibujo de Scamozzi o de Panigarola, la taracea se ha hecho rara, la imagen se ha articulado en el relato, ha ascendido a poema. Y santos de plata, mitrados obispos sobre pulvinar, beben la nube colmada, la ebria grasura de la gloria. Pero los momentos del negar, también ésos los mueve hacia almas cerradas al tiempo, apuntador tenebroso de una ley de tinieblas [...]
Acaso el hidalgo estaba a punto de negarse a sí mismo: reivindicando para sí las razones del dolor, el conocimiento y la verdad del dolor, nada dejaba a la posibilidad. Todo lo agotaba la rapacidad del dolor. Solo quedaba a salvo el escarnio de los designios y de las apariencias, casi como una máscara trágica en la métopa del teatro".
Esa tragedia solo puede ser superada, cuando asumamos la verdad, no un pedacito de verdad, un tris de verdad, sino toda la verdad; cuando respiremos profundo y preparemos nuestros oídos, ojos y todos los sentidos para escuchar, ver y sentir, escalofriantes historias que también hace parte de esa verdad. Nos queda una esperanza: las juventudes, esas mentes aún frescas,decididas y valientes que están dispuestas a salir de estas tragedias que nos han venido siendo heredadas. Esas juventudes que han decidido no apoltronarse en el pulvinar ni ejercer como obispos, sino al contrario andar, rebuscar e investigar sobre su propia historia para rebelarse contra ella. Eso se llama dignidad.
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